
Creo firmemente que junto con el sábado, el matrimonio fue el don que Dios les dio a Adán y a Eva durante la creación y debía ser algo hermoso, sagrado e íntimo y uno de los actos supremos de la creación: “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gén. 2:23). Pero el pecado opacó gravemente este don. El estado de perfección que existía entre Adán y Eva, que Dios quería que sirviera de modelo para todas las generaciones, cambió. En su lugar, produjo dolor y sufrimiento interminables.
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