John Nevins Andrews
Julio 22, 1829 - Octubre 21, 1883
J.N. Andrews por lo general representa una cosa para los adventistas del séptimo día: fue el primer misionero adventista que viajó a Europa Occidental en 1874, para establecer la obra en Suiza. Pero no debemos olvidar que él también fue el autor del libro histórico History of the Sabbath (Historia del Sábado). Pocos de nosotros conocemos a J. N. Andrews como el tercer presidente de la Asociación General, del 14 de mayo de 1867 al 18 de mayo de 1869. Pero eso es lo que fue él, precedido solamente por John Byington y Jaime White. El gigante literario y acucioso erudito, fue también una vez el editor de nuestra venerable revista de la iglesia, la Review and Herald. Aunque vivió solamente cincuenta y cuatro años, se distinguió como uno de los mejores escritores que jamás hayamos tenido. Estuvo estrechamente asociado con el pastor Jaime White y su esposa en el liderazgo pionero y la obra evangelizadora de la naciente iglesia.
Andrews hizo labor sólida en su servicio pionero en Europa Occidental. En muchos aspectos, él estaba calificado para la obra de misión en el extranjero. En otros, lo hubiera hecho mejor en su propia tierra. Sin embargo, Dios lo usó para reunir a los grupos esparcidos de observadores del sábado en Inglaterra y en el Continente, y para organizar la obra con sede en Basilea, Suiza. Él murió al pie del arado, como un sacrificado misionero pionero.
(Ver: Footprints of the Pioneers, pp. 91-98; Pioneer Stories Retold, pp. 101- 114.)
Una Historia acerca de John. N. Andrews
De muchacho, J. N. Andrews deseaba ser congresista en Washington, D.C. Soñaba con su futuro, y juzgando por su floreciente vigor intelectual y sus habilidades literarias, podría haberlo logrado. Su tío Charles fue congresista y un hombre de importancia política en Maine, pero Dios tenía otros planes mayores para John.
En la primavera de 1844, un folleto llegó a las manos de una familia de apellido Stowell, en Paris, Maine. Este folleto era una reimpresión de un artículo que apareció en un periódico adventista de Portland conocido como The Hope of Israel (La Esperanza de Israel). El propósito de este folleto era convencer a la gente de que el séptimo día era el sábado cristiano y que debería ser guardado en lugar del domingo. Stowell tomó el folleto y lo puso a un lado, pero su hija Marian de quince años de edad lo recogió y lo leyó. Ella se convenció Y asimismo su hermano Oswaldo después de haberlo leído. Luego Marian compartió el folleto con John Andrews, entonces sólo de quince años de edad. Él lo leyó, se lo devolvió, y preguntó: “¿Han leído esto tu papá y tu mamá?”
“No”, dijo Marian, “pero yo sí, y encuentro que nosotros no observamos correctamente el sábado. ¿Qué piensas, John?”
“Yo pienso que el séptimo día es el sábado. Y si tú y yo pensamos eso, Marian, nosotros debemos observarlo”.
“Por supuesto. Mi hermano y yo hemos guardado el sábado pasado. Estaremos contentos de que te unas a nosotros. Pero tú lleva el folleto del pastor Preble a tu padre y madre para que lo lean”.
“De acuerdo”. El señor Andrews lo leyó, luego lo devolvió a los Stowells. Y ambas familias guardaron el siguiente sábado, reuniéndose para el servicio en una de sus habitaciones.
Bien, si no hubiera sido por la intervención de ese folleto, John Nevins Andrews nunca podría haber llegado a ser un gran autor, líder religioso y misionero.
Pronto después de aceptar la verdad propugnada por los adventistas observadores del sábado, el joven John tuvo una extraña experiencia. En Paris, donde él vivía, había un grupo de fanáticos que sembraban semillas de discordia entre los cristianos observadores del sábado. La presencia de estos fanáticos era tan conflictiva que no se realizaron reuniones durante año y medio. Pero después de un tiempo, se anunció una reunión y asistieron los líderes de la iglesia. En esta reunión los fanáticos fueron derrotados. El poder de Dios descendió de manera semejante a como lo hizo en el día del Pentecostés. Los padres se confesaban a sus hijos, los hijos a sus padres y unos a otros. J.N. Andrews, con profunda emoción, exclamó: “Intercambiaría mil errores por una verdad”.
En este servicio este joven llegó a un punto de decisión que echó la suerte para toda su vida futura. Se entregó a la obra de impartir el mensaje que había llegado a amar. Todo el resto de su vida vivió para impulsar los intereses del reino de Dios. ¡Qué ejemplo para nosotros!
Fuente: Centro de Investigación E.G. White / Universidad Peruana Unión