Durante más de cien años, los adventistas hemos mirado al Congreso de la Asociación General de 1888 como un hito histórico, un punto de inflexión de nuestro desarrollo teológico. Es considerada la conferencia teológica más importante de nuestra historia. Aunque duró menos de un mes, el congreso propiamente dicho (17 de octubre al 4 de noviembre) y el Instituto Ministerial (10 al 16 de octubre) dieron una nueva forma al adventismo.
Antecedentes del congreso
Después del gran chasco de 1844, los pioneros se dedicaron a la proclamación de importantes verdades; las llamadas verdades esenciales: el santuario, el espíritu de profecía, los mensajes de los tres ángeles, la inmortalidad condicional, la segunda venida y el sábado. La salvación y la justificación por la fe quedaron en un segundo plano, porque estas verdades ya eran enseñadas por otras iglesias. ¿Por qué enseñarle a un bautista o metodista sobre la salvación, con la cual ya estaban familiarizados? Lo que ellos no conocían era lo relacionado al sábado, el estado de los muertos, la verdad del santuario, etc. Los pioneros se dedicaron a las doctrinas distintivas, especialmente a la del sábado y los diez mandamientos.
Desafortunadamente, debido al fuerte énfasis en la ley, la espiritualidad se vio afectada y muchos se volvieron muy legalistas. El orgullo, la confianza propia y la complacencia ingresaron a nuestras filas, pero faltaba una experiencia viva con Cristo; el gozo y la paz que resultan de una relación con él. Guardar la ley llegó a ser lo esencial. Al ver la situación, Elena White escribió: «Como pueblo hemos predicado la ley hasta que hemos llegado a estar tan secos como los montes de Gilboa, sin rocío ni lluvia. Tenemos que predicar a Cristo en la ley».1
El Instituto Ministerial, 10 al 16 de octubre de 1888
Cuando pensamos en Minneápolis 1888, surgen dos nombres: Alonzo Jones y Elliot Waggoner. Ambos eran amigos y editores de la revista Signs of the Times [Señales de los tiempos] en California. Jones tenía 38 años y había servido en el ejército de los Estados Unidos; era un autodidacta. Waggoner, de 33, había tenido en cambio una educación clásica; estudió medicina y trabajó en el Sanatorio de Battle Creek durante un tiempo. Su corazón, sin embargo, estaba en el evangelismo, y por ello dejó la medicina y pasó a ser ministro.
En la reunión de obreros de una semana de duración que precedió al congreso, un tema que dividió el grupo ministerial fue el conflicto con la ley, registrado en Gálatas 3:24. La pregunta era: ¿qué ley es más importante: la moral o la ceremonial? En 1886, O. Johnson había publicado un artículo en la Review and Herald titulado «Las dos leyes», en el cual declaraba: «La ley de Gálatas es la ley ceremonial».2 Pocos meses después, Waggoner publicó una serie de nueve artículos en la revista Signs, en los cuales afirmaba que la ley de Gálatas es la ley moral. Elena White, quien en ese entonces estaba en Basilea, Suiza, escribió una carta de amonestación a los dos editores de California por publicar artículos que revelaban al mundo que las dos publicaciones de la iglesia diferían en ciertas enseñanzas. No tomó partido por uno u otro, sino que se mostró en desacuerdo por la forma de proceder de ellos.
¿Quién tenía razón? Por supuesto, ambos estaban en lo cierto. Ambas leyes llevan a Cristo. Ocho años después, en 1896, Elena White escribió: «El Espíritu Santo está hablando especialmente de la ley moral en este texto [Gal. 3:24], mediante el apóstol. La ley nos revela el pecado y nos hace sentir nuestra necesidad de Cristo y de acudir a él en procura de perdón y paz».3 En 1888, sin embargo, se rehusó a dar una respuesta, acaso porque tampoco la sabía.
El Congreso de Minneápolis
Las reuniones comenzaron el miércoles 17 de octubre. Asistieron unos noventa delegados en representación de 27 mil miembros. Se habló del progreso de los nuevos campos misioneros, la distribución del trabajo, el evangelismo urbano, un nuevo barco para el Pacífico Sur (Pitcairn), y muchos otros temas. Hoy en día, sin embargo, todos los temas suelen ser dejados de lado y lo que aún recordamos es que «el Señor en su gran misericordia envió un muy precioso mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones […]. Presentaba la justificación por la fe en el Garante [Cristo]; invitaba al pueblo a recibir la justicia de Cristo, que se manifestaba en la obediencia a todos los mandamientos de Dios».4
Se le pidió a Waggoner que presentara una serie de conferencias sobre justificación por la fe. No sabemos exactamente qué dijo, porque recién a partir de 1891 se comenzaron a registrar los temas bíblicos de los congresos de la Asociación General, pero de acuerdo con lo que escribió antes y después de Minneápolis, tenemos una idea de lo que enseñó.
Hasta 1888 se creía mayormente que la justicia aceptable a Dios podía ser lograda (con la ayuda del Espíritu Santo, por supuesto) por la obediencia a los mandamientos. En otras palabras, se veía a la santificación como la base de la salvación.
La obra de Cristo en la justificación era vista mayormente en relación con los pecados del pasado. Un artículo no firmado, en los primeros números de la revista Signs, expresaba: «Como todos han violado la ley de Dios y no pueden por sí mismos obedecer sus justos requerimientos, dependemos de Cristo, en primer lugar para nuestra justificación de las ofensas del pasado y, en segundo, para obedecer por gracia su santa ley en el futuro».5
Pero entonces apareció Waggoner y dijo: (1) la obediencia del hombre jamás puede satisfacer la ley divina; (2) la justicia imputada de Cristo por sí sola es la base de la aceptación de Dios por nosotros; y (3) necesitamos estar cubiertos constantemente por la justicia de Cristo, no solo por causa de nuestros pecados pasados.
¿Qué reacción tuvieron los oyentes? Algunos aceptaron y apoyaron el mensaje de Waggoner (E. White, W. White, S. Haskell, etc.) y otros lo rechazaron (U. Smith, J. Morrison, L. Conradi, etc.), pero la mayoría se mostraba indecisa. No sabían qué creer. Los que se oponían lo expresaron abiertamente. En cierto momento Elena White se sintió tan desanimada que quiso irse de allí, pero el ángel del Señor le dijo: «No lo hagas; Dios tiene una obra para ti en este lugar. La gente está repitiendo la rebelión de Coré, Datán y Abiram».6
Eventualmente, la mayoría de los que se oponían cambiaron de actitud y aceptaron el mensaje de la justificación por la fe, aunque algunos dejaron la iglesia.
Después del congreso Elena White se unió a Jones y Waggoner para comunicar el mensaje de la justificación por la fe a las iglesias. Fueron a reuniones netamente espirituales, a reuniones de obreros y a escuelas bíblicas, de una costa a la otra de los Estados Unidos. En 1889 ella escribió: «Jamás he presenciado semejante obra de reavivamiento, que al mismo tiempo esté libre de cualquier excitación indebida».7 Después de Minneápolis se produjeron muchos libros sobre el tema de la justificación por la fe, como por ejemplo El camino a Cristo y El Deseado de todas las gentes.
Es importante entender lo que sucedió en Minneápolis porque algunos actualmente afirman que la iglesia rechazó ese mensaje, y hacen un llamado al arrepentimiento corporativo. Otros afirman que el tema principal de Waggoner era la naturaleza de Cristo. Dado que en el libro Cristo y su justicia (1890) expresó que Cristo asumió la carne pecaminosa con tendencias pecaminosas, se afirma que la iglesia ha rechazado el mensaje porque jamás ha aceptado oficialmente que Cristo tuvo tendencias al pecado. Sin embargo, no hay evidencias de que Waggoner se haya dedicado a la naturaleza de Cristo en Minneápolis. Su énfasis estaba en la relación de la justicia de Cristo con la ley.
Minneápolis 1888 fue un punto de inflexión en la historia de la Iglesia Adventista. Gracias a Waggoner y Jones, y con el apoyo de Elena White, la iglesia fue preservada de una comprensión incompleta del evangelio.
Fuente: Adventist World / Enero 2010
Autor: Gerhard Pfandl, nacido en Austria, ha sido director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas (Biblical Research Institute) de la Asociación General desde 1999. Doctorado de la Universidad Andrews. Durante muchos años como ministro en Alemania y enseñó al mismo tiempo como profesor de teología en el Seminario Bogenhofen. Luego se desempeñó como un predicador, profesor y administrador en California (EE UU) y Australia.
Referencias: 1. «Christ Prayed for Unity Among the Disciples», Review and Herald (11 de marzo de 1890). 2. «The Two Laws», Review and Herald (16 de marzo de 1886). 3. Mensajes selectos, vol. 1, p. 275. 4. Testimonios para ministros, p. 89. 5. «Fundamental Principles», Signs of the Times (4 de junio de 1874). 6. Carta 2a, 1892. 7. Review and Herald (5 de marzo de 1889).
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Antecedentes del congreso
Después del gran chasco de 1844, los pioneros se dedicaron a la proclamación de importantes verdades; las llamadas verdades esenciales: el santuario, el espíritu de profecía, los mensajes de los tres ángeles, la inmortalidad condicional, la segunda venida y el sábado. La salvación y la justificación por la fe quedaron en un segundo plano, porque estas verdades ya eran enseñadas por otras iglesias. ¿Por qué enseñarle a un bautista o metodista sobre la salvación, con la cual ya estaban familiarizados? Lo que ellos no conocían era lo relacionado al sábado, el estado de los muertos, la verdad del santuario, etc. Los pioneros se dedicaron a las doctrinas distintivas, especialmente a la del sábado y los diez mandamientos.
Desafortunadamente, debido al fuerte énfasis en la ley, la espiritualidad se vio afectada y muchos se volvieron muy legalistas. El orgullo, la confianza propia y la complacencia ingresaron a nuestras filas, pero faltaba una experiencia viva con Cristo; el gozo y la paz que resultan de una relación con él. Guardar la ley llegó a ser lo esencial. Al ver la situación, Elena White escribió: «Como pueblo hemos predicado la ley hasta que hemos llegado a estar tan secos como los montes de Gilboa, sin rocío ni lluvia. Tenemos que predicar a Cristo en la ley».1
El Instituto Ministerial, 10 al 16 de octubre de 1888
Cuando pensamos en Minneápolis 1888, surgen dos nombres: Alonzo Jones y Elliot Waggoner. Ambos eran amigos y editores de la revista Signs of the Times [Señales de los tiempos] en California. Jones tenía 38 años y había servido en el ejército de los Estados Unidos; era un autodidacta. Waggoner, de 33, había tenido en cambio una educación clásica; estudió medicina y trabajó en el Sanatorio de Battle Creek durante un tiempo. Su corazón, sin embargo, estaba en el evangelismo, y por ello dejó la medicina y pasó a ser ministro.
En la reunión de obreros de una semana de duración que precedió al congreso, un tema que dividió el grupo ministerial fue el conflicto con la ley, registrado en Gálatas 3:24. La pregunta era: ¿qué ley es más importante: la moral o la ceremonial? En 1886, O. Johnson había publicado un artículo en la Review and Herald titulado «Las dos leyes», en el cual declaraba: «La ley de Gálatas es la ley ceremonial».2 Pocos meses después, Waggoner publicó una serie de nueve artículos en la revista Signs, en los cuales afirmaba que la ley de Gálatas es la ley moral. Elena White, quien en ese entonces estaba en Basilea, Suiza, escribió una carta de amonestación a los dos editores de California por publicar artículos que revelaban al mundo que las dos publicaciones de la iglesia diferían en ciertas enseñanzas. No tomó partido por uno u otro, sino que se mostró en desacuerdo por la forma de proceder de ellos.
¿Quién tenía razón? Por supuesto, ambos estaban en lo cierto. Ambas leyes llevan a Cristo. Ocho años después, en 1896, Elena White escribió: «El Espíritu Santo está hablando especialmente de la ley moral en este texto [Gal. 3:24], mediante el apóstol. La ley nos revela el pecado y nos hace sentir nuestra necesidad de Cristo y de acudir a él en procura de perdón y paz».3 En 1888, sin embargo, se rehusó a dar una respuesta, acaso porque tampoco la sabía.
El Congreso de Minneápolis
Las reuniones comenzaron el miércoles 17 de octubre. Asistieron unos noventa delegados en representación de 27 mil miembros. Se habló del progreso de los nuevos campos misioneros, la distribución del trabajo, el evangelismo urbano, un nuevo barco para el Pacífico Sur (Pitcairn), y muchos otros temas. Hoy en día, sin embargo, todos los temas suelen ser dejados de lado y lo que aún recordamos es que «el Señor en su gran misericordia envió un muy precioso mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones […]. Presentaba la justificación por la fe en el Garante [Cristo]; invitaba al pueblo a recibir la justicia de Cristo, que se manifestaba en la obediencia a todos los mandamientos de Dios».4
Se le pidió a Waggoner que presentara una serie de conferencias sobre justificación por la fe. No sabemos exactamente qué dijo, porque recién a partir de 1891 se comenzaron a registrar los temas bíblicos de los congresos de la Asociación General, pero de acuerdo con lo que escribió antes y después de Minneápolis, tenemos una idea de lo que enseñó.
Hasta 1888 se creía mayormente que la justicia aceptable a Dios podía ser lograda (con la ayuda del Espíritu Santo, por supuesto) por la obediencia a los mandamientos. En otras palabras, se veía a la santificación como la base de la salvación.
La obra de Cristo en la justificación era vista mayormente en relación con los pecados del pasado. Un artículo no firmado, en los primeros números de la revista Signs, expresaba: «Como todos han violado la ley de Dios y no pueden por sí mismos obedecer sus justos requerimientos, dependemos de Cristo, en primer lugar para nuestra justificación de las ofensas del pasado y, en segundo, para obedecer por gracia su santa ley en el futuro».5
Pero entonces apareció Waggoner y dijo: (1) la obediencia del hombre jamás puede satisfacer la ley divina; (2) la justicia imputada de Cristo por sí sola es la base de la aceptación de Dios por nosotros; y (3) necesitamos estar cubiertos constantemente por la justicia de Cristo, no solo por causa de nuestros pecados pasados.
¿Qué reacción tuvieron los oyentes? Algunos aceptaron y apoyaron el mensaje de Waggoner (E. White, W. White, S. Haskell, etc.) y otros lo rechazaron (U. Smith, J. Morrison, L. Conradi, etc.), pero la mayoría se mostraba indecisa. No sabían qué creer. Los que se oponían lo expresaron abiertamente. En cierto momento Elena White se sintió tan desanimada que quiso irse de allí, pero el ángel del Señor le dijo: «No lo hagas; Dios tiene una obra para ti en este lugar. La gente está repitiendo la rebelión de Coré, Datán y Abiram».6
Eventualmente, la mayoría de los que se oponían cambiaron de actitud y aceptaron el mensaje de la justificación por la fe, aunque algunos dejaron la iglesia.
Después del congreso Elena White se unió a Jones y Waggoner para comunicar el mensaje de la justificación por la fe a las iglesias. Fueron a reuniones netamente espirituales, a reuniones de obreros y a escuelas bíblicas, de una costa a la otra de los Estados Unidos. En 1889 ella escribió: «Jamás he presenciado semejante obra de reavivamiento, que al mismo tiempo esté libre de cualquier excitación indebida».7 Después de Minneápolis se produjeron muchos libros sobre el tema de la justificación por la fe, como por ejemplo El camino a Cristo y El Deseado de todas las gentes.
Es importante entender lo que sucedió en Minneápolis porque algunos actualmente afirman que la iglesia rechazó ese mensaje, y hacen un llamado al arrepentimiento corporativo. Otros afirman que el tema principal de Waggoner era la naturaleza de Cristo. Dado que en el libro Cristo y su justicia (1890) expresó que Cristo asumió la carne pecaminosa con tendencias pecaminosas, se afirma que la iglesia ha rechazado el mensaje porque jamás ha aceptado oficialmente que Cristo tuvo tendencias al pecado. Sin embargo, no hay evidencias de que Waggoner se haya dedicado a la naturaleza de Cristo en Minneápolis. Su énfasis estaba en la relación de la justicia de Cristo con la ley.
Minneápolis 1888 fue un punto de inflexión en la historia de la Iglesia Adventista. Gracias a Waggoner y Jones, y con el apoyo de Elena White, la iglesia fue preservada de una comprensión incompleta del evangelio.
Fuente: Adventist World / Enero 2010
Autor: Gerhard Pfandl, nacido en Austria, ha sido director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas (Biblical Research Institute) de la Asociación General desde 1999. Doctorado de la Universidad Andrews. Durante muchos años como ministro en Alemania y enseñó al mismo tiempo como profesor de teología en el Seminario Bogenhofen. Luego se desempeñó como un predicador, profesor y administrador en California (EE UU) y Australia.
Referencias: 1. «Christ Prayed for Unity Among the Disciples», Review and Herald (11 de marzo de 1890). 2. «The Two Laws», Review and Herald (16 de marzo de 1886). 3. Mensajes selectos, vol. 1, p. 275. 4. Testimonios para ministros, p. 89. 5. «Fundamental Principles», Signs of the Times (4 de junio de 1874). 6. Carta 2a, 1892. 7. Review and Herald (5 de marzo de 1889).