jueves, 30 de julio de 2009

El bautismo: un símbolo duradero. Por Gifford Rhamie

Un evento profundamente personal.

Un símbolo es una idea o cosa que representa a otra. Y un símbolo espiritual nos permite experimentar un significado profundo y duradero de una experiencia por otra parte común. Los símbolos también poseen una dimensión dinámica. Es decir, pueden evocar diferentes clases de reflexiones en diferentes etapas de la vida, brindando así diferentes maneras de observar la misma experiencia y la verdad. Es por ello que los símbolos perduran, porque se adaptan a diversas explicaciones, aun cuando siguen siendo los mismos ayer, hoy y mañana.

Con este trasfondo, me gustaría compartir mi experiencia personal con el símbolo del bautismo. En pocas palabras, (“Creencias fundamentales de los adventistas del séptimo día”, No. 15). Se realiza en el nombre y bajo la autoridad del Dios trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mat. 28:19). La palabra significa inmersión en el agua, un acto que conlleva un profundo significado simbólico.

En el símbolo del bautismo encuentro al menos cuatro significados para mi vida personal:

1. Un nuevo comienzo

Para mí, el bautismo marcó el comienzo de un nuevo compromiso con Dios. Le dio expresión externa a una posición que tomé, que implicaba comprometerme deliberadamente y ser fiel a una nueva Persona. Pero también me pareció un paso natural como consecuencia de la influencia del reinado de Dios en mi corazón. Recuerdo que le dije a Dios: “Ya hace un tiempo que tenemos conversaciones profundas; es tiempo de que me mude a vivir contigo. No me avergüenzo de ti, y quiero hacerlo público”.

Mi impresión del bautismo en ese entonces no era tanto de una relación para toda la vida como del nuevo comienzo de una relación comprometida. Era algo similar a una boda, que marca el comienzo de algo significativo, porque se da por sentado que a partir de allí comienza el matrimonio, que como podemos ver no es exactamente lo mismo.

Algunos son capaces de decir: “Señor, voy a serte fiel por el resto de mi vida”. Es encomiable. Pero cuando me bauticé, no podía decir tal cosa. En efecto, tenía miedo de decepcionar a Dios. No obstante, concluí, si tan solo me concentro en el hecho de que el bautismo marca un nuevo comienzo, a partir de ese momento viviré día a día. Este enfoque hizo que mi relación con Dios no sufriera una presión desmedida. En su lugar, pude concentrarme simplemente en un nuevo comienzo con Dios.

Jesús le dijo a Nicodemo: “A menos que nazcas de nuevo del agua y del Espíritu, no puedes experimentar realmente el reino de Dios” (paráfrasis de Juan 3:3-8). En mi caso, era como si Dios me dijera en esencia: “Hemos tenido una relación durante cierto tiempo, Gifford; es tiempo de avanzar, de tomar una decisión; es el siguiente paso lógico”.

2. Una renovación espiritual

El bautismo es un símbolo de renovación y sanidad espiritual. Cuando me bauticé, anhelaba una experiencia espiritual. Quería llenar cierto vacío en mi vida. Romanos 6:1-4 habla del bautismo como la muerte, la sepultura y la resurrección del nuevo creyente. Es un texto que no debemos minimizar. Para Pablo, no es un evento para siempre, como si se pudiera madurar espiritualmente en un instante. Porque aunque el bautismo es un evento, sirve también para iniciar un proceso, a saber, una travesía espiritual continua y transformadora a un nivel nuevo y más intenso.

El nuevo creyente experimenta maravillosamente a Dios por medio del símbolo. Es un misterio. Yo experimenté el inmenso significado de la muerte, de ser sepultado, de ser resucitado a una novedad de vida. Dios dejó impreso en mi espíritu, por así decirlo, una purificadora línea divisoria de aguas. Entonces me levanté del agua con nuevas expectativas. Fue una experiencia transformadora en la cual el corazón se abrió a la presencia sobrenatural de Dios, una presencia que anticipa y permite nuevas posibilidades, que marca y celebra el movimiento de la esclavitud del pecado a la libertad en Cristo. Señala el nacimiento de un nuevo corazón, que es receptivo a una nueva perspectiva, a nuevos valores, gustos, deseos y posibilidades.

3. Una nueva familia

El bautismo también simboliza que pertenezco a una 
nueva familia, a una nueva comunidad –la iglesia– que la Biblia llama el cuerpo de Cristo (Efe. 3:6; 1 Cor. 12:12, 13). 
El testimonio de la comunidad local otorga a la experiencia bautismal intimidad y gozo compartido. Hallé que la disposición de la familia de la iglesia para unirse a mi caminar espiritual me brindaba estímulo y respaldo.

Es así que cuando mi madre y mentora espiritual, vio como sus cuatro hijos ingresaron a la pila bautismal (me bauticé junto a tres de mis hermanos), es como si dijera junto a la congregación: “No estás solo. Estamos celebrando, y te apoyamos”.

Este es el cuerpo al cual se une el nuevo miembro por medio del bautismo.

4. La experiencia de los nuevos dones

El bautismo, finalmente, es un símbolo del ungimiento. Cuando fui bautizado en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se me otorgó el poder y la autoridad de servir a las personas (Mat. 3:16; Hech. 19:1-5). Fui unido en nombre del Espíritu Santo y mis talentos naturales fueron bautizados conmigo.

Estas fueron buenas noticias para mí. Significaba que no solo Dios me quería, sino que me necesitaba y confiaba en mí. No fui dejado de lado (Efe. 4:7-10). El desafío de la iglesia local es capacitar al nuevo creyente para que vea esto como parte de su herencia bautismal, especialmente en esta etapa espiritual cuando está entusiasmado y siente el fervor del poder transformador de Dios en su vida. Me resultó inspirador ver cómo Dios nos otorga dones sobrenaturales y espirituales para la construcción del cuerpo de Cristo (véase 1 Cor. 12:27-30 donde se enumeran estos dones).

Fue entonces que como nuevo creyente capacitado y dotado pude florecer en el ministerio de la música (por dar un ejemplo personal) y cooperé con otros ministerios para contribuir con el crecimiento físico, espiritual y emocional de la iglesia. Comencé a servir no solo a la iglesia, sino también a la comunidad en general. Esta sucesión continua entre sociedad e iglesia ha brindado relevancia a mi ministerio a lo largo de los años.

Por ello, el bautismo significó para mí un nuevo comienzo con un Dios personal, tenaz e ilimitado; una renovación espiritual (a pesar de todas sus complejidades y contradicciones); un nuevo sentido de pertenencia (a una comunidad diversa y multifacética) y una nueva fuente de poder espiritual (manifestado por medio de los dones espirituales y la comunicación). La experiencia del bautismo me ha lanzado a una nueva e intrépida travesía con Dios.


Fuente: Adventist World
Autor: Gifford Rhamie es docente del departamento de Teología del Newbold College, en Inglaterra, donde se especializa en Nuevo Testamento y Estudios Pastorales y codirige el Centro de Diversidad.

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domingo, 19 de julio de 2009

Reunificación Virtual del Codex Sinaiticus, la Biblia más antigua

Las partes que quedan de la Biblia cristiana más antigua del mundo se volverán a unir el lunes online, lo que ha generado un gran entusiasmo entre expertos bíblicos que aún tratan de desentrañar sus misterios.

El Codex Sinaiticus (Códice Sinaítico) fue escrito a mano por cuatro escribas en griego sobre cuero animal, conocido como vellum, a mediados del siglo IV, hacia la era del emperador romano Constantino el Grande, que adoptó el cristianismo.

No todo el manuscrito ha resistido los estragos del tiempo, pero las páginas que lo han hecho incluyen todo el Nuevo Testamento y la copia existente más antigua de los Evangelios, escritos en momentos diferentes después de la muerte de Cristo por los cuatro Evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Las 800 páginas y fragmentos que quedan de la biblia - tenía originalmente 1.400 páginas - también contienen la mitad de una copia del Viejo Testamento. La otra mitad se ha perdido.

"El Codex Sinaiticus es uno de los mayores tesoros escritos del mundo", dijo Scot McKendrick, responsables de manuscritos occidentales en la Biblioteca Británica.

"Este manuscrito de 1.600 años abre una ventana al desarrollo de la primera cristiandad y una evidencia de primera mano de cómo el texto de la biblia fue transmitido de generación a generación", declaró.

Los textos incluyen numerosas revisiones, adiciones y correcciones hechas durante su evolución a lo largo de los tiempos.

"El Codex ... es casi indiscutiblemente el libro encuadernado más antiguo que ha sobrevivido", dijo McKendrick, subrayando que cada página es de 16 pulgadas de alto por 14 pulgadas de ancho (unos 40,6 centímetros por 35,5 centímetros).

"Desde un punto de vista crítico, marca el triunfo definitivo de los códices encuadernados frente a los rollos (de papiro), un hito decisivo de cómo la biblia cristiana era considerada un texto sagrado", declaró.

PROYECTO DE CUATRO AÑOS

Los antiguos pergaminos, que parecen casi transparentes, son una colección de secciones que están en manos de la Biblioteca Británica en Londres, el Monasterio de Santa Catalina en Sinai, Egipto, la Biblioteca Nacional de Rusia y la Biblioteca de la Universidad de Leipzig en Alemania.

Cada institución tiene diferentes cantidades del manuscrito, pero la Bilbioteca Británica, que digitalizó las delicadas páginas de todo el libro en Londres, tiene con diferencia la mayor parte.

El proyecto conjunto iniciado en 2005 con el objetivo de conservar y "reunificar virtualmente" la Biblia, así como acometer una nueva investigación sobre su historia, ha arrojado nueva luz sobre quién la hizo y cómo se produjo.

Expertos de la Biblioteca Británica dicen que hay que resaltar que el proyecto ha descubierto pruebas de que un cuarto escriba - además de los tres ya reconocidos - trabajó en los textos.

La unión y transcripción del libro incluye páginas antes no publicadas del Codex encontradas en una sala secreta del Monasterio de Santa Catalina, a los pies del Monte Moisés, Sinai, en 1975, algunas de las cuales están en mal estado y han sido estudiadas con dificultad.

Pero aún hay muchas preguntas sin responder sobre cómo se realizó el libro, djio Juan Garcés, de la Biblioteca Británica y responsable del proyecto de los manuscritos griegos, que trabajó en la digitalización.

Por ejemplo, ¿dónde se hizo? ¿qué orden religiosa lo encargó? ¿y cuánto se tardó en realizar?

McKendrick dijo a Reuters en una entrevista que la página web permitirá realizar una investigación de forma integral por primera vez, obligando a los principales expertos a ver sus teorías en contexto.

La Biblia, que puede verse online (www.codexsinaiticus.org) de forma gratuita a partir del lunes, incluye modernas traducciones en griego y algunas partes traducidas al inglés.


Fuente: swissinfo.ch / "La Biblia cristiana más antigua, reunida de nuevo en Internet"

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martes, 14 de julio de 2009

La Tercera Persona. Por Roy Adams

El don más descuidado de la iglesia cristiana.

La doctrina de la Trinidad es el concepto más difícil que alguna vez he tenido que procurar entender con mi mente limitada. Ya es difícil procurar concebir un Dios que no tiene comienzo ni fin (en especial, pensar que ¡no tiene comienzo!). Pero es un desafío tres veces mayor tratar de imaginar tres seres separados —cada uno de ellos siendo el mismo Dios en todo sentido y viviendo lado a lado por toda la eternidad— ya que no hubo tiempo en el pasado donde no existieran como tales.

He analizado una y otra vez el tema, solo para descubrir mi impotencia intelectual ante un misterio tan inescrutable.

En el corazón mismo de este misterio se halla “la Tercera Persona” (para utilizar una expresión común para referirse al Espíritu Santo en la teología cristiana). El profesor Stanley Hopper, de la Universidad Drew, expresó años atrás que “la doctrina del Espíritu Santo es al mismo tiempo la más central y descuidada doctrina de la fe cristiana”. En este artículo, sin embargo, hablaré más del Espíritu no como doctrina, sino como “persona”.

Al acercarse al fin de su vida en esta tierra, Jesús dijo: “Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador” (Juan 14:16).

El lenguaje original de este texto contiene un matiz muy sutil que no es evidente en la traducción, centrado en la palabra “otro”. En griego, el escritor/orador podía utilizar dos palabras distintas, según el énfasis que quisiera dar a la frase. Por ejemplo, si quería distinguir a un elefante de un leopardo, usaría la palabra heteros para referirse a “otro animal”. Pero si la otra criatura también era un elefante, elegiría la palabra allos, o sea, otro animal de la misma clase.

Es probable que Jesús haya dicho esta frase en arameo, pero al interpretar su significado, Juan utilizó la palabra allos. Esto significa que la promesa de Jesús era enviar a alguien que en esencia era igual a él. Es decir que no era una fuerza, sino una persona. Una persona que escucha nuestras penas, siente nuestro dolor, simpatiza con nuestro sufrimiento, nos apoya en las luchas y nos capacita para vivir cada día y para cumplir nuestra misión.
Se nos ha prometido que podemos recibir esta persona poderosa si tan solo lo pedimos.

Tomemos por ejemplo los interesantes pasajes paralelos de Mateo 7:7-11 y Lucas 11:9-13. En el pasaje de Mateo, Jesús dice que Dios está más dispuesto que nuestros padres terrenales a darnos las “buenas cosas” que le pidamos. Pero en la versión paralela de Lucas, vemos que Jesús tenía en mente algo infinitamente más importante que meras “cosas”. Allí Jesús dice: “¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”

Al procurar resolver esta aparente discrepancia (donde en un pasaje dice “cosas” y el otro “Espíritu Santo”), hallé una declaración de Elena de White que pareció aclararme el asunto definitivamente. Al referirse al Espíritu Santo, dice: “El poder de Dios aguarda que ellos [sus hijos] lo pidan y lo reciban. Esta bendición prometida, reclamada por fe, trae todas las demás bendiciones en su estela” (El deseado de todas las gentes, p. 626).

Esto significa que aunque es correcto y está bien hacerlo, no necesito presentar una lista de pedidos ante el Señor. No necesito pedirle la victoria sobre esto o lo otro, o sobre otros cien problemas. No necesito lamentar mi falta de fe, mi falta de sabiduría, mi impaciencia y otras mil deficiencias que sé que poseo. Tampoco necesito presentarle un catálogo de otras cien “cosas” que deseo. En su lugar, todo lo que necesito hacer es pedirle a la poderosa tercera persona que venga y tome posesión de mi vida. Entonces, esa “bendición prometida, reclamada por fe, trae todas las demás bendiciones en su estela”.

Esto es lo que llamo la “oferta combinada” de Dios.

¿De qué temer?

A veces pienso que no clamamos anhelantes esta presencia en nuestras vidas porque, francamente, tenemos miedo del Espíritu. Le tememos por lo que hemos visto que sucede con los que anuncian a gran voz que “tienen el Espíritu”. Pensamos que el Espíritu nos llevará a hacer cosas sin sentido, a hacer el ridículo. Pero el Espíritu nunca nos lleva a hacer cosas repugnantes o extrañas para la cultura particular o el lugar donde vivimos. Al contrario, es el Espíritu el que a menudo impide que hagamos muchas ridiculeces a las que estamos tan propensos.

De hecho, este don es mucho más práctico que lo que a veces comprendemos. Para ilustrarlo cito Éxodo 35:30-33, que denomino la “actividad secular” del Espíritu Santo. En ese versículo vemos que otorga capacidad para diseñar y construir. Esto indica que sea cual fuere nuestro llamado u ocupación, podemos confiar en que el Espíritu nos dará la capacitación que necesitamos.

¡Es algo maravilloso! No importa si somos constructores, maestros, enfermeros, mecánicos, médicos, estudiantes o lo que fuera, la presencia del Espíritu incrementa nuestra capacidad y eficiencia.

El Espíritu, sin embargo, no nos hace mejores sin un propósito definido. Dios quiere que utilicemos los dones del Espíritu para construir su reino.

¿Nos hemos tornado autosuficientes?

Si pensamos en todas las maravillas y avances tecnológicos que gozamos hoy, es muy posible que muchos de nosotros sintamos que podemos valernos por nosotros mismos, pero la palabra de Dios es tan cierta hoy como entonces: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu” (Zac. 4:6).

Al reconocer su incapacidad de lograr algo duradero por sí mismos, los discípulos de Cristo oraron “con intenso fervor pidiendo capacidad para encontrarse con los hombres” (Los hechos de los apóstoles, p. 30). ¡Y lo que siguió fue el Pentecostés!

No fue casualidad que el gran predicador inglés Charles Spurgeon podía atraer a las multitudes que de pie lo escuchaban en Londres en un día de semana. En una de sus oraciones leemos estos sentimientos: “Oh Dios, envíanos el Espíritu Santo; danos tanto el aliento de vida espiritual y el fuego de celo inconquistable, hasta que las naciones se rindan ante la influencia de Cristo”.

Esta es nuestra mayor necesidad como iglesia, y tenemos mensajes proféticos que afirman que esa necesidad será cumplida antes del fin. “La gran obra de evangelización no terminará con menor manifestación del poder divino que la que señaló el principio de ella. . . Miles de voces proclamarán el mensaje por toda la tierra. Se realizarán milagros, los enfermos sanarán y señales y prodigios seguirán a los creyentes” (El conflicto de los siglos, pp. 669, 670).

Una relación estrecha y personal

El Espíritu es asimismo la solución última para todas nuestras enfermedades y problemas. Como lo expresa nuestra Creencia Fundamental No. 5, “a los que responden a su llamado, [el del Espíritu] los renueva y transforma a la imagen de Dios”. La culpa, la ansiedad, la hostilidad y un sinnúmero de otros problemas se diluyen en la presencia de la poderosa tercera persona. El Espíritu llega a nosotros con un poder que nos llena, nos estimula, nos recupera y transforma, y se derrama como la energía eléctrica sobre nuestras almas agobiadas, haciendo que cada nervio, cada fibra de nuestros cuerpos resuene con nueva vitalidad y poder.

Y todo esto sucede imperceptiblemente: “Nadie ve la mano que alza la carga, ni contempla la luz que desciende de los atrios celestiales. La bendición viene cuando por la fe el alma se entrega a Dios. Entonces ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios” (El Deseado de todas las gentes, p. 144).

¡Qué mensaje para nuestras agobiadas almas y para nuestro confundido y arruinado mundo! La Tercera Persona es nuestra necesidad más apremiante.


Fuente: AdventistWorld.com
Autor: Roy Adams es el redactor de asociado
 Adventist World. Ha sido editor asociado de la Adventist Review desde 1988. Anteriormente, Adams servido a la Iglesia Adventista en los EE.UU. y Filipinas. Obtuvo un ThD en la Andrews University. Es autor de varios libros incluyendo El Santuario (The Sanctuary, Review and Herald, 1994) y La naturaleza de Cristo (The Nature of Christ, Review and Herald, 1994).

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