viernes, 29 de octubre de 2010

Pasos iniciales en la organización de la Iglesia. Por Arturo L. White

Aun cuando Elena G. White había escrito y publicado un tanto sobre la necesidad de orden en la administración de la obra de la iglesia (ver EW, pp. 97 -104), y aun cuando Jaime White había presentado esta necesidad ante los creyentes en artículos de la Review and Herald, la iglesia tardaba en tomar acción. En términos generales, lo presentado era bien recibido; pero cuando se trataba de aplicarlo en forma constructiva, había resistencia y oposición. Los breves artículos de Jaime White habían despertado a muchos de la complacencia y ahora se estaba hablando mucho al respecto.

J. N. Loughborough, quien trabajaba con Jaime White en Michigan, fue el primero en responder. Sus palabras eran de afirmación y a la vez defensivas:

Alguien dijo, si se organizan de manera que puedan por ley hacerse de propiedades, van a formar parte entonces de Babilonia. No; yo entiendo que hay una gran diferencia entre estar en posición de proteger por ley nuestra propiedad y utilizar la ley para proteger y hacer cumplir nuestros puntos de vista religiosos. Si es incorrecto proteger la propiedad de la iglesia, ¿por qué entonces no es incorrecto que las personas tengan legalmente propiedades legales? –RH, 8 de marzo de 1860.

Jaime White había finalizado su declaración en la Review, poniendo delante de la iglesia el asunto de la necesidad de organización de los intereses en el ramo de publicación, con estas palabras: “Si alguno objeta nuestras sugerencias, ¿podría por favor redactar un plan que podamos seguir como pueblo?” – Ibíd., 23 de febrero de 1860. El primer ministro laborando en el campo que respondió, fue R. F. Cottrell, un incondicional y fiel editor de la Review. Su reacción inmediata fue decididamente negativa:

El Hermano White ha pedido a los hermanos que se expresen en relación a su proposición de asegurar las propiedades de la iglesia. Desconozco en forma precisa qué medidas implica esta sugerencia, pero entiendo que esto significa la incorporación como organismo religioso de acuerdo con la ley. Personalmente pienso que será incorrecto “hacernos un nombre” siendo que eso constituye la base de Babilonia. No pienso que Dios apruebe tal cosa” - Ibíd., 23 de febrero de 1860.

Cottrel tenía gran experiencia e influencia; su mensaje, publicado en ausencia de Jaime White, sentó las bases para una prolongada batalla.

El asunto osciló de un lado a otro durante los siguientes seis meses, con algunas referencias al mismo en la mayoría de los números de la Review.

Vino luego la convocación para una conferencia general en Battle Creek, iniciada el viernes 28 de septiembre, para considerar la salvaguardia de los intereses de la obra a través de algún tipo de organización. Debido a la importancia de la conferencia, sus sesiones de negocios se registran detalladamente en los números de la Review and Herald del 9, 16 y 23 de octubre. Las sesiones de negocios comenzaron el 29 de septiembre, inmediatamente después del sábado, las cuales José Bates fue llamado a presidir. Teniendo en mente el debate que había estado llevándose a cabo en la Review, los asistentes a la conferencia se lanzaron inmediatamente a una prolongada discusión. Era muy claro que la mayoría veía en forma negativa cualquier paso hacia una organización. Las reuniones continuaron por la noche después del sábado, y durante la mañana y tarde del domingo, terminando finalmente con la adopción de lo siguiente:

Recomendamos a la conferencia la organización de una asociación publicadora que pueda ser propietaria legal de la oficina de la Review. –Ibíd., 16 de octubre de 1860.

Con gran alivio, Jaime White se puso de pie y dijo: “Esto es por lo que he estado suplicando por los últimos seis meses”. - Ibíd., 23 de octubre de 1860. A partir de este voto, la conferencia se reunió en la madrugada del lunes para adoptar una constitución al respecto. Para comenzar, Jaime White tomó la palabra “expresando su gratitud por el candor, buena disposición y unidad, y consideración por los principios correctos manifestados por los presentes”.- Ibíd. Dice el primero de los diez artículos adoptados ese lunes de mañana:

Esta Asociación será denominada The Advent Review Publishing Association [Asociación Publicadora de la Revista Adventista], cuyo objetivo será la publicación de revistas, libros y folletos, calculados para hacer llegar instrucción en cuanto a la verdad bíblica, especialmente sobre el cumplimiento de la profecía, los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. – Ibíd.

La mayor parte del documento contenía los detalles sobre organización y personal, y señalaba los deberes de varios oficiales. Pero los negocios a tratar en la conferencia no habían finalizado.


ADOPCIÓN DE UN NOMBRE PARA LA DENOMINACIÓN

El Hermano Bracket se puso de pie y dijo:

Propongo ahora que adoptemos un nombre, siendo que tenemos que tener un nombre si nos vamos a organizar como para poseer legalmente propiedades –Íbid.

Con gran cautela, la conferencia se dispuso a prestar atención a esta área tan elevadamente sensible. El Hermano Poole temía que el adoptar un nombre general los dañara como pueblo. J. B. Frisbie se opuso a un nombre sectario, pero vio la necesidad de cierta uniformidad en los términos por los cuales los observadores del sábado serían conocidos. Moses Hull pensó que las iglesias en varios lugares podían ser conocidas como “la iglesia que adora en el séptimo día, en este, o en este otro lugar”. Jaime White declaró que no podía ver cómo podían arreglárselas sin un nombre y que no podían poseer propiedades sin un nombre. Que siendo que la ley era muy específica al respecto, él no podía ver cómo esto podía significar ir en dirección de Babilonia. M.E. Cornell expresó muy claramente su sentir:

Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús son una marca distintiva entre nosotros y las otras denominaciones. …me parece que perdemos de vista los dones de la iglesia y no les damos la importancia que debieran tener si damos lugar a tanto temor de convertirnos en Babilonia simplemente por adoptar un nombre. Hay confusión en los nombres ya elegidos; y si no se hace algo aquí, las iglesias irán eligiendo todavía otros diferentes nombres. Un nombre general nos va a traer unidad y no confusión. – Ibíd.

Hablando de la iglesia, T. J. Butler tomó la posición de que Dios, quien había armado y diseñado este edificio, lo había declarado “iglesia de Dios”, y luego añadió: “Si Dios nos ha nombrado como padres que tenemos el derecho de dar nombre a sus hijos, ¿no denotaría una falta de modestia el tratar de evadir el poner este nombre o el otro?”

La discusión continuó en forma ferviente hasta las once de la mañana, cuando se procedió a un necesario receso. Las minutas de la discusión después del almuerzo declaraban.

Nuevamente se posó la pregunta ante la reunión: “¿Debemos adoptar un nombre?” Algunos que previamente se habían opuesto a tal acción declararon aquí su cambio de opinión y su disposición a cooperar con los hermanos en esta dirección. – Ibíd

El Hermano Sperry estuvo dispuesto a poner sus prejuicios en el altar, creyendo que Dios daría sabiduría al respecto. Stephen Belden, empleado en la oficina de la Review, expresó su sentir de que estar sin un nombre sería como publicar libros sin títulos o enviar un documento sin membrete.

Entonces Jaime White tomó la palabra y se disculpó por algunos de los hermanos que parecían temer el adoptar un nombre. La Review registró algunos de sus comentarios:

Ha tomado antes la misma posición. En el pasado, cuando éramos comparativamente pocos, no vio él la necesidad de ninguno de esos pasos. Pero ahora se ha levantado gran cantidad de hermanos inteligentes, y sin ninguna regulación de este tipo, serán lanzados a la confusión.

Entonces hizo un repaso del pasado, mencionando la oposición que habían manifestado algunos todo el tiempo, primero contra la publicación de una revista, luego en contra de la publicación de folletos, más tarde en contra de tener una oficina, luego contra la venta de publicaciones, después en contra de organizarse como iglesia y luego en contra de una prensa mecánica. Ha sido difícil convencer a algunos de los hermanos de la necesidad de estas cosas; pero todas ellas han sido esenciales para la prosperidad de la causa. – Ibíd.

Finalmente se hizo la propuesta ante los delegados y fue aprobada. Señala el registro: “Nadie disintió, aunque algunos se abstuvieron de votar”. Al repasar las minutas, encontramos en ellas la historia del resultado por el que vio la luz el nombre por el cual seríamos conocidos los adventistas observadores del sábado.


“EL NOMBRE ELEGIDO –ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA”

Habiéndose votado la adopción de un nombre, la discusión de volvió hacia cuál sería tal nombre. El nombre “Iglesia de Dios” fue propuesto y celosamente defendido por algunos. Se objetó que ese nombre ya lo estaban utilizando algunas denominaciones, lo cual lo hacía indefinido, además de que parecía un tanto presuntuoso ante el mundo. El Hermano White señaló que el nombre elegido debería ser el que ofreciera menos inconvenientes en el mundo en general.

Se propuso el nombre de Adventistas del Séptimo Día como un simple nombre que expresa nuestra fe y posición. Después de unas cuantas observaciones, el Hermano Hewitt [el hombre más honesto del pueblo]* ofreció la siguiente resolución:

Acordado, Que adoptemos el nombre de Adventistas del Séptimo Día. – Ibíd.

Se discutió libremente esta resolución y la redacción quedó ajustada a lo siguiente: “Que nos llamemos Adventistas del Séptimo Día”. Finalmente se votó de esa manera. – Ibíd.

Aun así, T.J. Butler, de Ohio, no estuvo de acuerdo, y los pastores Lawrence, Sperry, Andrews e Ingraham, se abstuvieron de votar. Ahora los adventistas observadores del sábado tenían nombre, un nombre el cual le fue mostrado a Elena G. White, que tenía la aprobación divina. Había sido una conferencia trascendental, claramente influenciada por el Espíritu de Dios.




Fuente: "Elena G. White: Los Primeros Años. Capitulo 28. Tomo 1. 1827 -1862. pp 420 – 431".
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Autor: Arturo L. White (1907-1991). Fue secretario y director de Ellen G. White Estate desde 1937 hasta 1978. Sucedió a su padre, William C. White , que era hijo de Elena G. de White y administro el legado de su madre desde su muerte en 1915 hasta su muerte en 1937. En sus años de retiro produjo en seis volúmenes la biografía de su abuela Elena G. de White: A Biography.
Referencias: * Cuando en 1852 llegó José Bates a Battle Creek, a anunciar el mensaje, se dirigió a la oficina de correos y pidió el nombre y la dirección del hombre más honesto en el pueblo. Lo dirigieron de buena gana al hogar de David Hewitt. Bates pensó que un hombre honesto aceptaría fácilmente el mensaje adventista. Después de estudiar juntos un día las Escrituras, David Hewitt aceptó y se constituyó en el primer converso en Battle Creek.

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